Por J. González Costilla
Cada seguidor o militante de Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri o Javier Milei, realiza un intenso proselitismo convocando en nombre de ellos a las masas para lograr imponer el proyecto de sociedad que desean construir, es decir, que en el nombre de Cristina, de Macri y en el de Milei, se proyectan las esperanzas y los sueños de cambio y de realización de un país mejor.
Ahora bien, ¿qué conduce o motiva a estos seguidores? Hace varios años ya que la personalización en la política se impone por encina de dogmas o doctrinas partidarias, hoy por hoy la gente vota más por un nombre que por un programa de gobierno; esto es así por una combinación de diferentes factores. Entre ellos está el importante papel que juega la tecnología de la comunicación en los mass media y los nuevos paradigmas socio culturales asociadas al sinóptico, que puede entenderse como la construcción de una imagen mediática desbordada de carisma, que sirven como modelos de referencias sociales, políticas y culturales, y que constituye una de las formas de dominación intersubjetivas más importantes de la actualidad.
Es decir que un político de fuste tiene que gozar de una intensa dominación carismática si quiere tener proyección nacional. Ahora bien, ¿cómo afecta al sujeto político esta situación? Antes que nada es importante reseñar que hay una diferencia sustancial en esta transición, en este pasaje o transformación de sujeto político a proyecto político. Un ciudadano con vocación de representación política es un sujeto político que por definición se encuentra limitado, “sujeto” entre otras cuestiones al contexto, a la coyuntura y al orden del partido.
Cuando este trasciende de sujeto a proyecto político, se origina una ruptura con esas limitaciones, que pueden desarrollar o acentuar ciertos vicios o cualidades negativas en sus formas de conducción. Precisamente este aspecto es el que pretendo señalar en la presente artículo: la posible degradación de las cualidades positivas de un líder político debido a cambios producidos por un excesivo egocentrismo que roza la omnipotencia.
A partir de esta introducción podemos inferir que tanto Cristina como Macri y Milei, gozan de un particular carisma sobre sus seguidores: Estos actores políticos irradian un gran caudal de dominación carismática que se evidencia, por un lado, en las fuerzas políticas que constituyen, y por otro, en los guarismos de las encuestas.
Tomemos como referencia que Cristina no tuvo problemas en ser candidata por fuera del peronismo por el partido Unidad Ciudadana y hacer una gran elección; Macri, por otro lado, fue el único dirigente capaz de construir una sólida coalición opositora en su momento, y ganó una elección. Y Milei, hasta ahora, tiene un gran poder de gravitación política sobre la sociedad en general.
En este contexto preeleccionario, donde la sociedad se encuentra tan politizada y donde en el horizonte político sólo asoman (por ahora) estos tres personajes que se constituyen en una suerte de trinidad muy particular, donde la sociedad deposita sus esperanzas de progreso, me parece oportuno remarcar que existe una conexión, un nexo común entre los tres integrantes de esta oferta electoral.
Para este breve análisis vamos a recurrir a la sabiduría popular. Cuando nos encontramos frente a un individuo con ciertas características verdaderas o aparentes de liderazgo, pero que como defecto tiene una excesiva confianza en sus saberes o decisiones y no toma en cuenta sugerencias o consejos por considerarlos inferiores a sus capacidades, podemos decir que estamos frente a un individuo que sufre del complejo de Dios. Esto puede considerarse como una particularidad por no decir desorden psicológico asociado al narcicismo y al egocentrismo.
En los últimos tiempos son estas cualidades negativas las que dominaron las acciones de los componentes de la trinidad política citada, por ejemplo Cristina, en su momento, decidió en soledad la candidatura de Alberto Fernández sin consultar con el partido justicialista; por su lado Mauricio Macri confió demasiado en su maquinaria «marketinera» sin atender a la realidad social circunstanciada del país; y Milei, por su parte, cada vez más roza con el narcisismo puro a través de sus formas de comunicación en los debates o entrevistas, dejando muy en claro que la humildad no es su fuerte.
Teniendo en cuenta estos aspectos es evidente que tanto Cristina como Macri y Milei, muestran sesgos inequívocos del complejo de Dios en sus acciones. Este egocentrismo puede resultar peligroso para la sociedad ya que las decisiones políticas se toman suponiendo como eje central la figura política y no el interés general; sin embargo, pese a estas cualidades negativas, los citados dirigentes conservan una amplia aceptación en el seno del espacio político que representan.
Ser carismáticos no significa ser perfectos, y cada uno de ellos a su manera encarnan las esperanzas y los anhelos de muchos ciudadanos que piden y ruegan por una mejora, por un cambio. Por lo tanto durante las próximas elecciones se volverá a desplegar un intenso proselitismo político donde nos vamos a encontrar con ciudadanos y militantes que anhelan un cambio de rumbo depositando su fe en cada uno de los integrantes de esta trinidad política, donde los actores que la componen, son tres personas diferentes con un mismo complejo en común, el de pensarse omnipotentes.